martes, 6 de junio de 2017

LA ALDEA DE LOS TONGOLIKI

Nuestra llegada a estas tierras fue muy dura, caminamos durante mucho tiempo hasta encontrar una zona que fuese de nuestro total agrado; esa zona era Logroño. Nos asentamos en una zona elevada y cercana a un río, al que llamamos Ebro, que escrito al revés es Orbe (mundo) ya que el río nos proporcionaba tanto que nos recordaba al mundo entero.
Nos organizamos en cuatro cabañas, que hicimos con materiales de la zona, de cuatro personas cada una, formando un círculo que rodeaba una hoguera, el punto de reunión de todas las noches.
Al llegar, nuestra ganadería era escasa, contábamos con dos vacas y un uro, pero conseguimos una fructífera reproducción entre ellos, lo que nos permitió aumentar la cantidad de leche, carne  y la creación de armas con los fuertes cuernos de los uros.
Respecto a la ganadería, el avance fue lento y costoso ya que no sabíamos como repartir bien el agua entre todo nuestro cultivo, que estaba formado por dos parcelas, una de trigo y otra de cebada. Un día un sabio de la tribu se le ocurrió crear un utensilio para repartir bien el agua sin desperdiciarla; era un depósito del que sale un tubo acabado en una boca con muchos agujeros pequeños por los que sale el agua, la regadera.
Los habitantes iban vestidos con pieles de osos y otros animales para protegerse del frío, que eran cazados por los 3 hombres más fuertes de la tribu.
Para poder realizar la tarea de la caza, se necesitaban armas, que eran fabricadas por las 3 mujeres más habilidosas.
La ganadería y agricultura eran tareas del resto de gente y los niños se encargaban de aprender lo que hacían sus padres.
La esperanza de vida era baja, por la falta de recursos; y la de natalidad aumentaba para que la sociedad no se extinguiera

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